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El escrito de una virgen.

«Resbala el tiempo en su tic tac ya acostumbrado  un tiempo contado en mi contra» así inicia este escrito, adecuaré la costumbre de añejos por contar días rebelados o resignados. El deleite de escuchar la voz misteriosa y sibilante del viento que susurra anhelante por recuerdos ajenos a la memoria; ¿será la huella indeleble que retorna y aparece en la piel, en los huesos, como evidencia? Las personas ensordecen, enmudecen, se ciegan; quizás desconfiados del rastro expandido de su propia ausencia. 

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«recordar episodio tras episodio, atravesando entre habitaciones oscuras a la luz de  un campaneo nocturno y, a los aullidos de una noche sin luna.

Sin comprender la realidad tupida del eco de aquel recuerdo, regresé a la presente memoria que me espoleaba urgente su retorno. En este escrito, encontré la posibilidad de ser escuchada, dejar de sentir mi piel helada, una razón para dejar de pensar; por algún motivo descubrí que una batalla puede ser vencida. Devoraba mi instinto por no seguir escribiendo, por ahora, persistía en una pausa, aunque ya es tarde, mi criatura recién nacida yace en una pared con el resto de esqueletos.

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Vuelvo al presente disonante y me he entretenido excavando una salida -a la vista de un crucifijo- con aquel rosario que está a punto de romperse, quizás es tarde para guardar oraciones en el claustro.

No quiero seguir recordando para no sentir, y lo he conseguido al aceptar perdonando pecados ajenos,  que ahora se pierden y se ocultan avasallados por ruidos extraños que me atormentan nuevamente. Me están buscando. He sido como otras, perseguida por ideas contrarias.

Libre eres de toda culpa, necesitaba recordarlo porque no lo provoqué, no hemos creado la virginidad, nadie se ha marchitado. Somos libres de toda mentira, «Libre soy de mi culpa». 

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Tras huir de mi encierro mental y físico, me encuentro perdida en aquel bosque cerca del edificio, las sombras nacen bajo mi miedo y me llevan a decidirme, fugar del peligro inminente. Salir del inhóspito lugar y alejarme sin dejar rastro, en eso pensaba hace mucho, necesitaba ahora calmar la sed de justicia que circundaba mi espíritu. Una eventual brisa trajo consigo el aullido no muy lejano de un lobo, bestia conocida en dicha zona por devorar ovejas. Era trágico pensar que en la vida misma era como la vida salvaje, existiera una especie  lobos.  Tienen el poder, el dominio sobre quienes están destinados a ser cual simples ovejas. Esto me aconteció, ya nada me fue arrebatado por el empeño machista cuando al fin,  me aniquilaron.

Con un renovado interés he recobrado fuerzas y no vacilé en mi empeño de buscar guarida para curarme; al escribir esto, estoy en  carrera con la luz que ya fugaba esfumarse entre largos alientos incesantes, persevero en el fatigante recorrido. Oscurece a una velocidad imperdonable, la adrenalina brota de mis poros y me urge el ansia de seguir con vida; al mismo tiempo que latía con fuerza mi corazón hallé con mi visión borrosa en lo lejano las luces del pueblo, sólo el tiempo me causa conmoción, mi herida saturada me vence, es probable que estas sean mis últimas palabras. 

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Solo espero al despertar, en un claro amanecer sucumbir ante el encanto del sonido armonioso de un río muy cercano, mi alma goza por ese placer que me dispensaba la creación, exhalo en un breve suspiro todo mi confinamiento, respiro un aire prohibido, procedo a ceder mi cuerpo hincado al suelo, sin pedir nada más, sin reclamar como siempre – casi sin enterarme- observó semejante la negrura de la noche a mis ojos ocultos, abiertos ante el conocimiento. No veo, puedo ver más. Al día siguiente me encontraran y clamarán desde el más allá: ¡Libertad! con un sabor amargo al conocer la verdad. Quisiera desaparecer mis palabras rotas que ya no tienen melodía sino silencio».

Un escrito de una virgen quien yace en un sueño eterno.

Continuará.

Autora: Campos Veintemilla, Maria Grazia

 

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